Ayer después de un intenso soñar, desperté. Había sido un sueño hermoso, el primero que recuerdo, en el cuál volé, por los aires, desafiando mi propio vértigo, y amarrado a un cable. Estabámos en una larga fila de personas que esperaban cada uno su turno para efectuar ese viaje.
Nos remontaban, y rápidamente, por obra y gracia del cable, entrabámos en vuelo, desafiando el abismo.
Creo que solo el amor puede despegarnos así del suelo, del peso agobiante de la tierra, de sus conductos subterráneos y las conductas que éstos traen consigo.
Recuerdo que el recinto del cuál partíamos era circular, una gran depresión, suerte de pozo gigante, que estaba ubicado frente al desfiladero o abismo.
Las paredes estaban recubiertas de un revestimiento vegetal de hiedras verdes, húmedas, transpirantes, casi acuáticas. Yo las miraba, mientras esperaba volar.
martes, 2 de septiembre de 2008
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